Francisco Solano López y Héctor Oesterheld, El Eternauta (Hora Cero Semanal, 1957-59). Editorial Frontera/Ediciones Récord.
1) Miguel Braun afirmó que “El Eternauta era un burgués de Vicente López que hubiera votado a Macri”. Doblemente falso: primero, porque el humanismo socialista de Oesterheld propendía a reconstruir la esfera pública postperonista; segundo, porque el antiperonismo de Oesterheld se ubicaba el contexto inmediatamente posterior a 1955, mientras que el del gobierno PRO se ubica en la debacle neoliberal cuya génesis es el exterminio dictatorial.
2) La siniestra torpeza tecnocrática confunde la figura de Juan Salvo con la de Kirchner. He aquí lo interesante: la reivindicación de los personajes populares como lectura política de clase en su devenir pop. La negación del Eternauta coexiste con la exaltación de Isidoro Cañones, tarambana reaccionario, cuya fortuna dilapidada fue ganada gracias al exterminio perpetrado por su tío el Coronel.
3) El Eternauta no puede leerse sin su segunda parte, es decir como obra integral. Ese devenir es el que aún resulta demasiado trágico y violento, escrito desde la clandestinidad como testamento del camino militarista tomado por Montoneros. Es la declaración de un humanista que ha perdido y se deja arrastrar por la muerte. Ni el nac&pop ni la tecnocracia neoliberal – por distintas razones – dan cuenta de esto. El Eternauta es el legado amargo, material y terrible de los restos de una sociedad.
4) Las mujeres del Eternauta son el testimonio silencioso que persiste primero, que es sacrificado después. A ellas más que a Juan Salvo se debe una reconstrucción distinta del relato. Son las mujeres las que solitarias se enfrentan abandonas a la nevada mortal. Ni el Ejército ni los civiles las buscan, pero ellas resisten.
5) Releer el Eternauta es un acto histórico-político singular y necesario. Romper su interpretación oficial no es más que reinventar un relato para vencer a la muerte. Elena y Martita antes que Eternautas y tarambanas.