Erró (Guðmundur Guðmundsson), Para el diálogo entre civilizaciones (2003), UNESCO.
El pop es una forma de pensar, de sentir y de vivir que existe como construcción de una civilización progresiva y desigualmente global. En ese flujo de imágenes que condensan la memoria de un planeta cruzado por culturas y seres radicalmente diferentes, se oculta como un pequeño tesoro plebeyo y cotidiano, un dispositivo de deconstrucción y subversión del discurso sobre el cual el Capital ha basado su hegemonía históricamente. Es decir, desde el interior mismo de la lógica mercantil – y en la mercancía misma – un rastro de colores kitsch funciona como inscripción material de la existencia de los sujetos que los consumen y a su vez los reproducen, resignifican, desperdigan por el mundo. El mismo mecanismo que impone esa dinámica aplastante de la obsolescencia reproducida al infinito, diariamente, ocupando todo espacio en todo tiempo – cubriendo el planeta en su gran ataúd de plástico -, no puede evitar reproducir de la misma manera significados que se trafican de forma subterránea en lo visible, en lo expuesto en la mercancía. Dado que el flujo no puede detenerse, el campo de combate por el sentido de lo dado y lo impuesto es uno fluctuante, como una onda inmanente donde Van Gogh es el espejo del Increíble Hulk, donde en la paradoja, la sátira, la autoironía, se traza una cartografía de la cultura popular. Ese mapa infinito, siempre en construcción, nos habla tanto de formas de vida pasada como de las posibilidades presentes de la existencia. Un aquí y ahora del cual apropiarse, nuestra pequeña viñeta desde donde combatimos tejiendo la trama de nuestra historieta. Si no hay un afuera del sistema, la única vía de escape es a través de sus grietas. Y en las grietas – como en el mural de Erró -, está el pop que acecha.