Archivos Mensuales: febrero 2014

El matadero iluminado

Cow-Chandelier

La foto está fechada el 20 de noviembre de 1962, en Gross-Umstadt cerca de Darmstadt, en ese momento la Alemania Oriental. La incongruencia que podría propiciar lo cómico – tal como lo habían definido Freud y Bergson, es decir, aquello que se hace presente inesperadamente y da con tierra lo instituido socialmente -, da paso a lo sublime de una manera bizarra. O justamente por eso, por su bizarría.

El candelabro gigantesco – hecho por encargo de un gobernante árabe – fue trasladado desde una fábrica cercana al matadero debido a la falta de espacio para ensamblarlo. El resultado es esta postal que bien podría ser un fotograma de Kubrick, una especie de aggiornamento de una escena renacentista representando el sacrificio – el holocausto – al Dios de los cristianos. Sin embargo, no deja de ser una postal industrial. Los hombres – el matadero es un espacio masculino, las dos mujeres aparecen detrás del matarife en la izquierda, casi ocultas – elevan su mirada al impresionante despliegue del nuevo dios de las sociedades industriales: la electricidad. Y a ella se ofrece el animal cuya carne es, también, un derivado del consumo de esas sociedades – la vaca, donde antes estaba el cordero -. La mitad de los personajes son niños, y ellos son los que forman el círculo incompleto que aleja las dos miradas del cuadro: la de las mujeres y la nuestra. Ellos son los herederos – acaso los futuros sacrificados en la maquinaria – que otorgan el centro a los matarifes, maestros de ceremonia. Sólo una mirada no se eleva, indiferente, apenas inclinada en ángulo hacia la cámara. Es la mirada de la víctima sacrificial.

Podría también entenderse como una postal de un mundo que ya no tiene lugar en la sordidez del ladrillo y el hierro de la factoría moderna. El candelabro, gigantesco, impráctico, rémora del Antiguo Régimen, ya no tiene literalmente espacio en ese mundo. La síntesis de la utopía socialista: en la Alemania dividida de la segunda posguerra, el progreso tecnológico emana del mundo derrumbado iluminando, por un instante, a los proletarios que ofrecen su mirada desde abajo hacia aquello que se aleja para siempre, antes de retomar la faena sangrienta. Lo imagino como una puesta teatral: la luz se va haciendo cada vez más tenue mientras el candelabro asciende. Los personajes no dejan de mirar hacia arriba mientras van quedando en lo oscuro. Finalmente la luz se apaga, pero vuelve a prenderse desde una bombilla mortecina. Los personajes salen de la hipnosis y proceden a completar el sacrifico en nombre del trabajo.

Fuente: Theatlantic.com

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Breve ensayo sobre la inexistencia del fútbol

¡El Che vive!, Jorge Alderete (2013). Pequeño Editor.

¡El Che vive!, Jorge Alderete (2013). Pequeño Editor.

En un breve relato de Bustos Domecq (“Esse est percipi”), el personaje se dejaba caer en las oficinas de la calle Pasteur donde atendía un amigo – en esos términos de amistad tan extrañas que tejen Borges y Bioy -, que parecía lo que hoy llamaríamos un dueño multimediático. Bustos Domecq estaba perplejo: había estado en Núñez y el Estadio de River no aparecía por ningún lado. La respuesta es terminante: “no existe”. Ante la redoblada perplejidad de Bustos-Domecq ante tal afirmación, recita como letanía la formación de los jugadores de su equipo favorito. “Ninguno existe”, es la respuesta. El desagradable dueño multimedial le explica con desgano que el último partido había sido en 1937 – unos 32 años antes de la publicación del relato -; a partir de entonces todo había sido y era una farsa: equipos, jugadores, resultados. Era más fácil así, menos variables a manejar, más control del juego y de su efecto. Como demostración, en un momento entra servilmente el relator estrella. Bustos Domecq, que no deja de sorprenderse, ve cómo el dueño maltrata al relator y le ordena el resultado del próximo partido. La heroicidad del juego y sus intérpretes se desmorona frente a los ojos aniñados del involuntario cronista. Todo sentir había sido imaginado, pero el sentir de lo real se había acabado y sólo quedaba su eco en el éter.

Claro, este relato no conserva del todo bien su efecto en tiempos televisivos, la cosa tiene más sentido cuando la radio o la presencia eran las únicas formas de saber qué pasaba en el juego. Pero no está mal la pregunta: ¿sigue existiendo el fútbol en la era de la imagen? El efecto de transparencia que conserva la imagen hace difícil que uno pueda creerlo, pero si hay gente que asegura que el alunizaje fue todo una reenactment de algo que nunca existió, entonces bien podría haber una pequeña, secreta y siniestra liga pagando a extras a hacer de jugadores una vez o dos a la semana. Pero eso ya no basta, ahora deben ser jugadores tiempo completo: se entrenan, aparecen en programas de televisión y radio, salen en las revistas, se casan y tienen hijos como jugadores. Pero va más allá: hay que vender emoción, no ya juego, sino pasión como efecto natural del juego. Entonces aparecen los hinchas, y sobran los primeros planos antes que las jugadas, incluso la del referí y los linesman. Los DT son incluso más buscados que los jugadores. Personajes grises, de dudoso devenir futbolístico, siempre atados a los caprichos personales, propios o ajenos. Los dueños de los clubes, los barrabravas, las conexiones políticas, las intrigas, los oscuros negocios financieros, los sponsors, los publicistas y las publicidades, todo, todo, todo, como un virus que se expande y expande y siempre termina incluyendo algo nuevo y girando más hacia lo siniestro. Es por esto, creo yo, que el fútbol es hoy tan malo. Todos se han olvidado de jugar, que es lo que menos se hace, porque simplemente ya no hace falta.

Es lo que pasa afuera de la cancha lo que nutre al fútbol y a los increíbles suplementos periodísticos que se han convertido en diarios en sí mismos, repletos de banalidades, como todos los diarios. Es más ilusionante y fascinante el fútbol así desplegado en sus productos derivados que en el campo de juego. Otro podría esgrimir que justamente por eso el fútbol es real, porque de no serlo sería más divertido, no haría falta andar aburriendo tanto, lo cual siempre es un riesgo. Una posible respuesta a esa objeción sería decir que justamente el fútbol es un dispositivo hecho para anclar a la gente que se quiere ir de él, como suele hacer un público que se aburre demasiado. Pero todo eso que gravita en torno al núcleo duro y yermo lo arrastra a uno inevitablemente, y termina comentando alguna que otra estadística en la peluquería, en el taxi, en la oficina. Pero hay una tercera posibilidad. Es posible que un comando revolucionario haya tomado el control de la transmisión y esté subvirtiendo nuestro orden mental y social mediante un ingenioso y curioso mecanismo: el mostrar las cosas tal cual son, de manera que lo real y lo ilusorio no tengan sentido en su diferencia. El juego consiste en determinar el momento en que el espejo brillante que miramos en realidad nos está devolviendo una imagen, revelándose como tal, antes de absorberlo todo. Nosotros somos el reverso que habita la tristeza de lo real. Pero estas son todas especulaciones de un ilusionista de vodevil. Y diría nada por aquí, nada por allá, pero sería una insolencia tanto nihilismo. Yo sigo viendo fútbol, con la vaga certeza que algún día daré con la pista que me haga seguir el secreto de una gambeta, de una finta, de un gol que saliéndose del guión, obligue a reescribirlo todo.

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Carta a Paul

¿Cómo fue ese momento Paul? Te imagino diciendo “Move over, John, la voz es mía, la guitarra es mía, quedate con el bajo. Esto es rocanrol sucio, esto es también lo que podemos hacer, lo que YO puedo hacer». John habrá puteado (como siempre), pero se la aguantó, tocó el bajo como pudo. No importaba, era rocanrol sucio, y eso también él lo sabía hacer.

¿Cómo fue ese momento, JohnPaulRingoGeorge? Todos peleados, todo para la mierda, mucha guita, mucha falopa, mucho ego. ¿Cómo es que en medio de la bosta sacan una gema, una gema que sigue brillando? El Álbum Blanco es un faro que nunca se aleja, se mantiene, no se apaga. Es un rompecabezas, son fragmentos, retazos de lo mejor que el caos puede dar.

Yo decía que mi favorito era Paul. Después cambié a John. Es lógico: una familia de provincias, pequeñoburguesa, la Biblia y los Beatles. El modernizado gusto de los reprimidos. Yo decía que mi favorito era Paul, porque él también era un (talentoso) pequeñoburgués. Estábamos demasiado cerca, después cambié a John. Y John es el pibe más lumpen, más jodido, resentido, forro, el que te bolasea. Como todo pequeñoburgués, la culpa de clase te tira para eso que no sos, ni serás. ¿Cuántos de nosotros se negarían a la medalla del Imperio? ¿Y cuántos la tendrían todavía bien guardada, lustradita? Paul, me hiciste saltar en el Monumental cuando arrancaste con Gira Mágica y Misteriosa, pero todavía guardás la medalla Paul. Y todavía está vivo y seguís tocando rocanrol. De pequeño no te queda nada, de burgués todo. Y yo sigo buscando entre la bosta, mientras miro las gemas que son como las estrellas: algún día se van a apagar (algunas ya se apagaron), pero a mí me llega tarde la luz y por eso las sigo viendo, por eso sigo esperando la mano inesperada/acariciándome el rostro.

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Atribuciones Pop

Max, Vapor (2012). Editorial La Cúpula.

Max, Vapor (2012). Editorial La Cúpula.

Diego Rodrigo de Silva y Velázquez, San Antonio Abad y San Pablo, primer ermitaño (ca. 1633). Óleo sobre lienzo,  261 cm. x 192,5 cm. Museo del Prado, Madrid.

Diego Rodrigo de Silva y Velázquez, San Antonio Abad y San Pablo, primer ermitaño (ca. 1633). Óleo sobre lienzo, 261 cm. x 192,5 cm. Museo del Prado, Madrid.

Señalado por el propio Max en su blog. Recomiendo un análisis de Vapor escrito por Josep Oliver en Cuadernos de Comic Nro. 1.

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La chica y la pantera

Salvador Sanz, Angela Della Morte (FIERRO Nro. 86, diciembre de 2013). Editorial Las Doce.

Salvador Sanz, Angela Della Morte (FIERRO Nro. 86, diciembre de 2013). Editorial Las Doce.

Hace tiempo que vengo pensando en la obra de Salvador Sanz, impresionado por una técnica increíble, detallista, limpia, fría y terrible. La paleta de grises – a veces todo aparece visto desde una cámara de seguridad – de Sanz otorga una ambivalencia moral a todo su relato dentro de la saga de Angela Della Morte. No está claro quiénes son los buenos y los malos, y poco importa. La misma Angela es un ser que lleva consigo el mal y que lo combate no en un plano metafísico, sino político. Es decir, todos portamos esa capacidad destructiva pero el reconocimiento de ese hecho no nos exime de posicionarnos políticamente. En todo caso la pregunta es ¿a quién elegimos servir y por qué?

Planteado así, pareciera ser que no hay escape de una lógica perversa – la de la inevitable servidumbre -. Pero lo cierto es que los cuerpos escapan constantemente de sí mismos para caer…en otros cuerpos. La materia es la constante en todo ese devenir, la biopolítica – definida como el manejo de los cuerpos en la sociedad de masas – es un campo de combate y no de mero disciplinamiento social.

Pero lo que queda descentrado, distorsionado en los universos de Sanz es justamente el conjunto social. En Desfigurado  – escalofriante predecesora de Matrix -, en Legión – acá el trabajo en color es la excepción y es clave en el relato de la historia – o en Nocturno, lo que se pone en cuestión es cuánto de real tiene la realidad. Si lo que sostiene la cordura socialmente instalada y culturalmente determinada es desafiado, ¿entonces qué queda? He ahí la constante de la obra de Sanz: lo real como límite a una percepción que amenaza con superarla.

Vuelvo a esa página de inicio con la chica y la pantera. Es uno de esos momentos que se sostiene por sí solos, una anomalía encadenada a un marco narrativo que la engloba pero que no la reduce a la concatenación. Pensé en el efecto de los cuadros de Henri Rousseau, como La gitana dormida o La encantadora de serpientes – o el análisis que retoma Juan Forn sobre los monos -, donde el misterio surrealista surge de la incompatibilidad inicial de los cuerpos y el escenario. Es el secreto de la Naturaleza: lo que tiene de bello y lo que tiene de amenazador son inescindibles. El cambio de escenario en Angela Della Morte pasa de los paraísos artificiales – ¿acaso no lo son todos? – al frío del espacio, a la utopía tecnocrática, al trabajo. El escape pareciera ser siempre al vacío desconocido: el mar o la galaxia. El ángel de la muerte cambia de cuerpos, como sus aliados, pero algo del deseo persiste contra el rol previamente asignado. En esa resistencia queda el cuerpo dividido contra sí mismo, y en el paraíso breve el testimonio de los cuadros que muestran un más allá donde Angela, hermosa, apenas llega a mojarse los pies.

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