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Eduardo Barreto y Gerard Jones – Martian Manhunter- American Secrets N.2 (enero de 1992, pp. 32-33). DC Comics.
Esta secuencia me impresionó particularmente; contiene toda la fórmula del género negro, la sequedad del diálogo, la oscuridad, la (falsa) sensación de movimiento, la salida al mundo que es la ruta, el vintage de los ‘50. Y una gran secuenciación, que desde esa aparente ascesis incluye efectos interesantes: la luz de los faros del auto que viene por el carril contrario, la señal de la curva que se acerca para finalmente quedar fuera del cuadro, unos arbustos apenas iluminados, y la indicación que estamos viajando por la mítica Ruta 66. El diálogo es, como debe ser, seco, por ráfagas. Una porción de road movie inserto en ese extraño, un tanto fallido cómic de principios de los ‘90, coletazos tardíos de la deconstrucción iniciada por Alan Moore en los ‘80s y que llegarían, probablemente, a su punto final – por su encanto pero también por sus limitaciones ideológicas – con The Golden Age de James Robinson y Paul Smith, en 1993. Es, después de todo, el recurso cinematográfico del simulador de la cabina del auto frente a una pantalla fija que proyecta un recorrido previamente filmado.
Lo que me pareció interesante es la batería de recursos utilizados por Barreto, quien tuvo una carrera bastante excepcional teniendo contactos tempranos con la industria norteamericana y al mismo tiempo trabajando para Columba a mediados de los ‘70s, donde dibujó el famoso – y olvidado – Kabul de Bengala, uno de los títulos que le habían propuesta a Oesterheld en el momento que se trasladaba entre el trabajo industrial y la propaganda montonera, desde la semi-clandestinidad y finalmente, de la clandestinidad total. O habiendo dibujado guiones de Ray Collins, a veces firmando como otro, haciendo de ghost artist. Desde ese esquematismo y esos rasgos bastante duros, nos llega por momentos un gran despliegue de imaginación e inteligencia que me llevó a preguntarme qué podría haber sido de algo como Columba si las potencias se hubieran desatado, si esa industria explotadora, sinónimo del abaratamiento cultural y el achatamiento ideológico se hubiera volcado en un proyecto más arriesgado, más interesante, sin renunciar a la masividad. Del otro lado surgía Skorpio, en principio con ese plan pero a manos de Alfredo Scutti, el prototipo del editor cuyas prácticas era igual o peor que las de Columba.
La historia del Martian Manhunter, creación de Joseph Samachson y Joe Certa, es la de un alienígena que es transportado por accidente desde Marte, su hogar, al que ya no podrá volver. Condenado a la Tierra, a vivir entre los humanos, adquiere el nombre de John Jones (conversión del original marciano J’onn J’onzz) y se convierte en detective para servir a la justicia, pero en realidad para indagar en eso llamado Humanidad. No es casualidad que así como Superman al elegir pasar por humano en una gran urbe norteamericana se disfrace de un periodista cobarde, un empleado de los grandes medios; M.M. (el cazador de hombres marciano) lo haga desde una lógica policial pero algo clandestina, más un trabajo de inteligencia secreta. Era 1955, el furor macartista decaía pero mientras tanto algunos seguían pagando las cuentas: el Dr. Wertham presentaba su informe ante el comité del senado y se creaba el Comics Code, la autocensura editorial que favorecería a las grandes editoriales como la DC Comics, cuyas ventas nunca se habían recuperado después del final de la guerra, cuando la propaganda dejaba de ser necesaria – o, en todo caso, debía reconvertirse para luchar con el gran enemigo comunista -.
Eduardo Barreto y Gerard Jones – Martian Manhunter- American Secrets N.1 (enero de 1992, p. 13). DC Comics.
El acierto de Jones/Barreto es poner al marciano en ese contexto en el que nació, mezclando la paranoia anticomunista con la invasión alienígena de los reptiloides – que son su propia mitología conspiranoica -, develando lo que hay detrás de ese gran telón llamado American Dream, en este caso, convertido al plural: Las Vegas, el juego, la mafia, la prostitución, la explotación infantil, la gran farsa del show bussiness, el cómic de superhéroes, el racismo, el consumismo, la democracia vigilada desde las sombras por agencias gubernamentales secretas y siniestras, la política imperialista en Centroamérica.
Es maravilloso el gore de la mujer explotando al contestar mal la pregunta en el programa de preguntas y respuestas, al estilo Quiz Show, donde se dejaba ver el mecanismo perverso de la competencia falsamente meritocrática – era, después de todo, un programa hecho por mercaderes -, pero también esa terrible presión del ascenso social que puede hacer estallar literalmente los cuerpos, como si la cámara trasladara la onda vibratoria que hace explotar los cerebros – la ya mítica escena de Scanner, de Cronenberg -. ¡El show debe continuar!
O el diálogo con la mujer, perfecta ama de casa, que no deja de ser interrogada mientras todo el tiempo su diálogo consiste en presentar publicitariamente los productos del hogar que utiliza, como si entre la realidad y la televisión no hubiera distancia ni diferencia, el sueño es la pesadilla y viceversa. El capital llevado a las últimas consecuencias implica modificar el lenguaje, eso que nos hace humanos – porque lo humano es la creación discursiva de lo humano -, la fantasía publicitaria concretada: todas hablamos dentro de una publicidad, el devenir de lo real. Y si la única verdad es la realidad, entonces ¿quién construye lo real? No hay duda que, la palabra – tan denostada por los pragmáticos – es sin dudas el material del mundo, de lo real. En esto el detective marciano no puede más que terminar replegado sobre la propia imagen que esa industria cultural reserva para él: un alien, una amenaza, el eterno sospechoso. Pero algunos puntos de fuga se presentan dentro del repertorio de la historia: la estrella pop – Elvis, cuya matriz es subversiva y conservadora a su vez -, el editor traicionado y amargado – William Gaines, el gran perdedor con el Comics Code -, los revolucionarios cubanos, los beatniks…
Eduardo Barreto y Gerard Jones – Martian Manhunter- American Secrets N.2 (enero de 1992, pp. 8-9). DC Comics.
Jorge V de Inglaterra, cuya ascendencia era alemana, ante las acusaciones de su parte alien en la Primera Guerra, declaró: “Podré ser aburrido, pero estaré maldito ante de ser un alien”. Lo alienígena es, más que nunca, el reverso del nacionalismo esencialista y purista, el eterno objeto de sospecha, de las fantasías de exterminio. Solo no conduce más que a la alienación, a la soledad, la muerte. Pero el alien en toda sociedad actúa como el cristal que separa la luz abriendo el espectro de colores: hay muchas maneras de ser alien, en la multitud que entiende la unión no como anulación de las diferencias sino como potenciación de aquello que nos hace distintos y singulares. Marcianos del mundo, ¡uníos! Creo que la frase le hubiera divertido a Oesterheld, cuyos ecos se sienten en laburantes de una industria impiadosa como Barreto, breves destellos dentro de la maquinaria para guardar como se guardan los recuerdos breves, como los fuegos artificiales que consiguen su razón de ser en la hermosa brevedad de su estallido.
Neald Adams, World’s Finest Nro. 245 (julio de 1977). DC Comics.