Esa última cena, casi sin palabras, donde el intercambio de miradas comunica la desazón de la muerte por venir, pero también la liberación en su aceptación, es lo que hace de esta película un acto de sabiduría. Los sacerdotes ejercen el sentido de ecclesia en sentido diametralmente opuesto al de la corporación vaticana, y más cercano a su significado original: el de reunión, el ser/hacer con los demás en el compartir solidario. Vemos que los hermanos cisterciences del Monte Atlas no se han aislado en su cumbre, sino que reciben a los habitantes y se reúnen con ellos, les brindan su servicio, comparten sus alegrías y dolores. Han expandido la comunidad al unirse a ella. La guerra civil argelina presenta el choque entre el fundamentalismo religioso y el estatal. Hay una escena conmovedora: el líder de los rebeldes se presenta con un herido a las puertas del monasterio, exigiendo asistencia médica. El hermano Christian, líder de los monjes, se la niega, y le explica al mismo tiempo que esa noche es la Noche de Navidad. El jefe rebelde, antes de retirarse, le estrecha la mano con respeto y se refiere a Jesús como un príncipe de la paz. En ese intercambio incómodo hay un diálogo que nunca se termina de dar con el otro polo, el Estado. Cuando el mismo Christian reconoce el cuerpo del rebelde ultimado por el ejército, se conmueve y reza por él. Para el discurso estatal no puede haber diálogo, sólo exterminio. Las dudas de los monjes replica la del Cristo agonizante, que sabe de su destino aceptándolo con dolor. Finalmente no es la vanidad del martirio lo que prima, sino la afirmación de un ser/estar con los otros. Los hermanos se adentran en la niebla final, y ya no podemos distinguir sus rostros.
La Biblia de los Pobres 