- El ilustrador autraliano Shaun Tan, creador y director del corto, es creador de un mundo y un estilo gráfico particulares. En este caso, esa especie de naive digital, una paleta de colores suaves pero como filtrados por el ocre del ocaso. Y es parte de la cuestión: el derrumbe de una sociedad sin sueños, sometida y disciplinada hasta el punto de no poder ver lo que tiene al lado. Al menos de no poder verlo como otra cosa más que un objeto inútil, como si los cuerpos sólo pudiesen ser definidos y tenidos en cuenta en términos de eficiencia.
- Tan ejerce esa especie de ciencia-ficción melancólica y poética, algo que recorre toda su obra – enfatizada por sus libros infantiles -, en la tradición de las Crónicas Marciana de Ray Bradbury pero también desde su perspectiva un tanto dolida por la inevitable pérdida de la niñez. No se trata de idealizarla – la niñez puede ser terrible – pero sí entender que perdemos esa capacidad de conmovernos y fascinarnos de manera tan profunda e íntima que nos resultamos a nosotros mismos inexplicables una vez crecidos. Esas secuencias divididas como viñetas oscilan entre el intento de recomponer un momento pasado, fragmentado y simultáneo, y la perspectiva de una cámara de seguridad callejera.
- La crónica de ese joven no-tan-joven que de pronto no puede evitar ver lo que los otros ignoran – una especie de cangrejo steampunk, otro guiño a la ciencia-ficción – es el devenir de un ciudadano que se ve llevado a interrogarse hasta qué punto las instituciones – la Familia, el Estado y su burocracia – están en lo correcto, y cómo actuar bajo otra lógica. El final es ambiguo: hay otros mundos fuera del gris Brazil estatal, pero vivimos en éste. El estrecho pasaje se ha cerrado, dejándonos con una postal de lo perdido.
La Biblia de los Pobres 
