- Es interesante pensar el corto de McLaren en el contexto de la Guerra Fría – con el M.A.D. como doctrina existencial – pero también como la visión de un canadiense, vecino del gran monstruo nuclear del norte nuclear, en tiempos macartistas. Así como para los soviéticos el peligro más cercano e inminente era el de sus vecinos chinos, McLaren demuestra que el que tenemos al lado siempre es el objeto de la discordia más lógica que el de una amenaza potencial, más o menos real, más o menos ficticia.
- Hay otra dimensión que contextualiza el corto históricamente, que lo supera y lo incluye a su vez: el estado de naturaleza del ser humano, núcleo del desarrollo de la filosofía política moderna que sentó las bases del Estado-Nación. Hobbes veía en el hombre un lobo del hombre, era necesario una fuerza represiva y sancionadora gobernando; Spinoza aceptaba el origen mezquino del animal humano pero lo ponía en sintonía con el Universo mediante el desarrollo de la potencia antes que su reducción represiva; Bentham imaginaba un panóptico como un Ojo de Sauron controlándolo todo, todo el tiempo, etc. McLaren pone una flor y una frontera, y eso basta para la guerra.
- El infierno son los demás, y el vecino es ese otro siempre cercano e impredecible. Todo el que se muda espera caer entre vecinos cuerdos o, al menos, que no molesten. El que recibe vecinos nuevos desea la misma cosa. Los vecinos del corto son reflejo uno del otro, y ambos encarnan el problema del devenir humano: la posibilidad de deseo infinito. En algún punto, la contradicción se hace explícita: si yo deseo infinitamente, alguien más lo hará y eso pondrá barreras a los deseos mutuos.
- Una flor es la belleza del ciclo vital; también el adorno de la paz de los cementerios.
La Biblia de los Pobres 