El matadero iluminado

Cow-Chandelier

La foto está fechada el 20 de noviembre de 1962, en Gross-Umstadt cerca de Darmstadt, en ese momento la Alemania Oriental. La incongruencia que podría propiciar lo cómico – tal como lo habían definido Freud y Bergson, es decir, aquello que se hace presente inesperadamente y da con tierra lo instituido socialmente -, da paso a lo sublime de una manera bizarra. O justamente por eso, por su bizarría.

El candelabro gigantesco – hecho por encargo de un gobernante árabe – fue trasladado desde una fábrica cercana al matadero debido a la falta de espacio para ensamblarlo. El resultado es esta postal que bien podría ser un fotograma de Kubrick, una especie de aggiornamento de una escena renacentista representando el sacrificio – el holocausto – al Dios de los cristianos. Sin embargo, no deja de ser una postal industrial. Los hombres – el matadero es un espacio masculino, las dos mujeres aparecen detrás del matarife en la izquierda, casi ocultas – elevan su mirada al impresionante despliegue del nuevo dios de las sociedades industriales: la electricidad. Y a ella se ofrece el animal cuya carne es, también, un derivado del consumo de esas sociedades – la vaca, donde antes estaba el cordero -. La mitad de los personajes son niños, y ellos son los que forman el círculo incompleto que aleja las dos miradas del cuadro: la de las mujeres y la nuestra. Ellos son los herederos – acaso los futuros sacrificados en la maquinaria – que otorgan el centro a los matarifes, maestros de ceremonia. Sólo una mirada no se eleva, indiferente, apenas inclinada en ángulo hacia la cámara. Es la mirada de la víctima sacrificial.

Podría también entenderse como una postal de un mundo que ya no tiene lugar en la sordidez del ladrillo y el hierro de la factoría moderna. El candelabro, gigantesco, impráctico, rémora del Antiguo Régimen, ya no tiene literalmente espacio en ese mundo. La síntesis de la utopía socialista: en la Alemania dividida de la segunda posguerra, el progreso tecnológico emana del mundo derrumbado iluminando, por un instante, a los proletarios que ofrecen su mirada desde abajo hacia aquello que se aleja para siempre, antes de retomar la faena sangrienta. Lo imagino como una puesta teatral: la luz se va haciendo cada vez más tenue mientras el candelabro asciende. Los personajes no dejan de mirar hacia arriba mientras van quedando en lo oscuro. Finalmente la luz se apaga, pero vuelve a prenderse desde una bombilla mortecina. Los personajes salen de la hipnosis y proceden a completar el sacrifico en nombre del trabajo.

Fuente: Theatlantic.com

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